Vi la foto y al momento cerré los ojos. La imagen del cuerno que atraviesa el cuello de un torero y le sale por la boca es brutal. Abrir los ojos de nuevo fue como volver a someter al hombre a una nueva cornada. Suficiente.
La grave herida del español Julio Aparicio fue destacada –¿cómo no?- en los portales mundiales, en una secuencia fotográfica que daba cuenta de la furia de Opíparo, la bestia de 530 kilos que quiso darse banquete con el diestro.
Cuando pasan estos “accidentes” taurinos me pregunto cómo es que aún se lidia con la muerte de un animal y se expone la vida de una persona, a plaza llena y con tanto alborozo. Juro que no lo entiendo.
A mí lo de las corridas de toros me huele a pasado, no sólo cronológico sino cultural. Si hablamos de deportes: ¿Si habrá jóvenes que prefieran ir a una corrida antes que a un partido de básquet o fútbol? Y si nos referimos a un arte, ¿Serán hoy más los que prefieran ver el asedio a un toro antes que un disfrutar de un domingo de concierto, teatro o danza?
Trato de comprender la llamada tauromaquia, pero que va. No doy con su encanto, con su embrujo, con su arte. Para mí que esta práctica de acosar a un animal hasta asesinarlo, y mostrarlo como trofeo a un público deseoso de aumentar sus niveles de adrenalina, tiene que responder a una razón que va más allá de la ciencia; roza lo sobrenatural o algo por el estilo.
Los argumentos en contra y a favor de tan desigual batalla, donde por supuesto, el toro está bravo (por la disminución que hacen de sus capacidades previo al encuentro), son largos. Y más extensa aún es la lista de los amantes de la faena en cuestión. Un gentío que en el fondo debe sentirse único en el mundo por su incomprendido y criticado gusto por la fiesta brava.
Lo cumbre es enterarme que un venezolano es el presidente de la Asociación Internacional de Tauromaquia y el promotor-director de un proyecto que tiene como meta lograr la inclusión de la tauromaquia en las listas representativas del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Lo cumbre es enterarme que un venezolano es el presidente de la Asociación Internacional de Tauromaquia y el promotor-director de un proyecto que tiene como meta lograr la inclusión de la tauromaquia en las listas representativas del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Dudo que la Unesco, el Vaticano (tan decaído por estos días) o gobierno alguno pueda hacerle frente con éxito a esta vieja pelea hombre-animal, ni siquiera porque toreros como Aparicio tengan tan malos días como el de ayer o como el de hace dos años, cuando resultó herido en el muslo; u otros tantos que han muerto en esas lides.
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