Como buenos colombianos, apegados a la tradición, este domingo nuestros vecinos decidieron en primera vuelta de sus comicios presidenciales, que se mantenga en el poder ejecutivo alguien predestinado para gobernar. Colombia, como ningún otro en Latinoamérica, es un país donde la herencia manda.
Juan Manuel Santos, del oficialista partido de la U y sobrino-nieto del ex presidente Eduardo Santos (1938-1942), obtuvo 46,5% de los votos frente a 21,5% de Antanas Mockus, del partido Verde, en unas elecciones que convocaron a 29,9 millones de neogranadinos pero donde se impuso la abstención en un 51%. La segunda vuelta está prevista para el próximo 20 de junio.
Las encuestadoras, que semanas antes pronosticaban una reñida contienda, con diferencias de hasta uno y dos puntos porcentuales entre ambos aspirantes, aún deben estar pensando cómo fue que se equivocaron y qué responder cuando los medios los inviten a analizar los resultados.
La esperanza de que los sondeos estuvieran en lo cierto alentó a los militantes de la ola verde que creció en Colombia y salpicó a América Latina. Un candidato que esgrime un lápiz como símbolo de su principal arma contra la violencia no se consigue todos los días.
Las redes sociales han sido esenciales en la campaña del profesor Mockus, quien carece de la maquinaria, organización y respaldo mediático de Santos, el ex ministro de Defensa de Álvaro Uribe, el presidente a suceder. El pobre no ha tenido El Tiempo a su favor.
Y sin embargo, la sola posibilidad de que el cambio y la transformación cultural se adueñaran de Colombia motivó que el polémico asesor de propaganda J.J. Rendón (venezolano, por cierto) participara en la campaña del oficialista. Conocidos los resultados de este domingo, es lógico que Santos le dedicara una gratitud especial al final de su discurso.
La cuesta a remontar por el ex alcalde de Bogotá luce mucho más empinada que al principio, porque al igual que Santos debe captar la preferencia de los electores de las toldas restantes y de quienes se abstuvieron y su problema es que no comulga con aquello de que el fin justifica los medios.
Ha dejado claro que quiere ganar “pero no a cualquier precio” y ha advertido al resto de los partidos que las puertas están abiertas, pero no con los acuerdos tradicionales del pasado: “Aquí no hay nada para repartir, sólo principios e ideales para compartir”. Es como mucha franqueza junta. Lo de él es una alianza ciudadana.
Al otro lado de la mesa, Santos ha sabido jugar las cartas que el destino le ha predestinado: “Convoco a todos los ciudadanos sin excepción y sobre todo a los partidos políticos, a este gran acuerdo para que haya trabajo, trabajo y más trabajo”. Cero advertencias. Es como oírle decir a los partidos: “Ustedes saben de qué les hablo”.
Los seguidores del uribismo, alegres como es de esperarse, acallaban de tanto en tanto sus palabras con una consigna que resume al dedillo la esencia del discurso de alguien que ha justificado como necesaria la invasión militar a un país vecino como Ecuador: “Hoy ganamos, el 20 rematamos”. Ya no lo dudo.
Juan Manuel Santos, del oficialista partido de la U y sobrino-nieto del ex presidente Eduardo Santos (1938-1942), obtuvo 46,5% de los votos frente a 21,5% de Antanas Mockus, del partido Verde, en unas elecciones que convocaron a 29,9 millones de neogranadinos pero donde se impuso la abstención en un 51%. La segunda vuelta está prevista para el próximo 20 de junio.
Las encuestadoras, que semanas antes pronosticaban una reñida contienda, con diferencias de hasta uno y dos puntos porcentuales entre ambos aspirantes, aún deben estar pensando cómo fue que se equivocaron y qué responder cuando los medios los inviten a analizar los resultados.
La esperanza de que los sondeos estuvieran en lo cierto alentó a los militantes de la ola verde que creció en Colombia y salpicó a América Latina. Un candidato que esgrime un lápiz como símbolo de su principal arma contra la violencia no se consigue todos los días.
Las redes sociales han sido esenciales en la campaña del profesor Mockus, quien carece de la maquinaria, organización y respaldo mediático de Santos, el ex ministro de Defensa de Álvaro Uribe, el presidente a suceder. El pobre no ha tenido El Tiempo a su favor.
Y sin embargo, la sola posibilidad de que el cambio y la transformación cultural se adueñaran de Colombia motivó que el polémico asesor de propaganda J.J. Rendón (venezolano, por cierto) participara en la campaña del oficialista. Conocidos los resultados de este domingo, es lógico que Santos le dedicara una gratitud especial al final de su discurso.
La cuesta a remontar por el ex alcalde de Bogotá luce mucho más empinada que al principio, porque al igual que Santos debe captar la preferencia de los electores de las toldas restantes y de quienes se abstuvieron y su problema es que no comulga con aquello de que el fin justifica los medios.
Ha dejado claro que quiere ganar “pero no a cualquier precio” y ha advertido al resto de los partidos que las puertas están abiertas, pero no con los acuerdos tradicionales del pasado: “Aquí no hay nada para repartir, sólo principios e ideales para compartir”. Es como mucha franqueza junta. Lo de él es una alianza ciudadana.
Al otro lado de la mesa, Santos ha sabido jugar las cartas que el destino le ha predestinado: “Convoco a todos los ciudadanos sin excepción y sobre todo a los partidos políticos, a este gran acuerdo para que haya trabajo, trabajo y más trabajo”. Cero advertencias. Es como oírle decir a los partidos: “Ustedes saben de qué les hablo”.
Los seguidores del uribismo, alegres como es de esperarse, acallaban de tanto en tanto sus palabras con una consigna que resume al dedillo la esencia del discurso de alguien que ha justificado como necesaria la invasión militar a un país vecino como Ecuador: “Hoy ganamos, el 20 rematamos”. Ya no lo dudo.
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