El viernes pasado, 11 de junio, murió en Maracaibo un hombre que sabía de periodismo.
No estudió para ello, pero sí lo vivió cada minuto durante más de 42 años, así que tenía la autoridad suficiente como para dictar cátedra sobre el ejercicio de informar a los ciudadanos para construir país, no para destruir.
A partir del año 2002, cuando la gran mayoría de los medios de comunicación de Venezuela confundieron línea editorial con activismo político y quisieron cumplir el rol que correspondía a los decaídos partidos, el diario que el señor Esteban Pineda Belloso presidía en el estado Zulia desde 1967, se mantuvo del lado que le correspondía: el de los ciudadanos que necesitan información para decidir.
Pasaron ocho años y en lugar de contribuir a fortalecer el sistema democrático, muchos medios han persistido en alimentar la polarización entre los venezolanos, mostrando sólo una cara de la moneda.
Esta tarea les ha costado la pérdida de credibilidad, el bien más preciado del verdadero periodismo, ese que se hace para todos y no sólo para un sector.
El diario Panorama, que se ha mantenido ajeno a la práctica polarizadora; que igual ha informado sobre los logros gubernamentales como de sus fallas y errores; que ha dado cuenta de los triunfos del país en diversos ámbitos y de sus fracasos en enfrentar problemas de diversa índole, es de los poquísimos medios nacionales que aún conserva en alto la credibilidad entre los lectores.
Y este mérito no es poca cosa en un país donde -como el nuestro en los últimos 11 años- hemos visto que un Presidente es depuesto por un golpe de Estado y a las 48 horas es restituido.
Donde además, en tan breve ausencia, fue sustituido por un empresario que se juramentó solito y disolvió los poderes públicos sin que le temblara el pulso.
Donde una huelga-sabotaje petrolero llevó a tan rica nación de Latinoamérica al caos en 63 largos y angustiantes días.
A todo esto sobrevivió el diario que capitaneó, hasta diciembre pasado, el señor Esteban.
Con una visión clara construyó a pulso, con un batallón de periodistas de diferentes generaciones, un ícono impreso (y ahora también digital) que, digan lo que digan los que siempre critican, está sembrado en el mismo lugar donde los zulianos guardan su afecto por la Virgen Chinita, el Puente y el Lago.
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