Cuando se habla de compromiso y responsabilidad se alude a palabras mayores. Serias. Definitivas. Será por eso que a muy poca gente le gusta que le hablen de ellas. “No, no, que va. Lo mejor es mirar los toros desde la barrera”, suelen decir los que son alérgicos a este par de vocablos, que igual suena a obligación contraída que a situación incómoda o a dificultad, según quien lo mire. Esta aversión me parece injustificada, porque desde el momento mismo que nacemos ya estamos en tremendo compromiso, sólo que de niños lo disfrutamos y de adultos le tememos. De pequeños nuestra “obligación contraída” es vivir. De grandes sigue siendo la misma, pero sin olvidar los valores de la infancia. Y es ahí donde todo se complica. Perdemos la memoria. Ésta se nos escurre entre los dedos como una gelatina y el recuerdo de lo que hace maravillosa a la vida se nos desvanece cada vez que cumplimos años. “Ya estamos mayorcitos; las cosas no son como antes”, parece que nos repitiéramos. Se
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