A finales del año pasado leí que un novio interrumpió su boda para actualizar su cuenta de Twitter. “Insólito”, pensé. “Es el colmo de la adicción a las redes sociales”, me dije.
Antes había escuchado historias parecidas, pero nunca sobre alguien que durante un acto considerado como importante en la vida, detuviera el curso de “su” historia para actualizar su estado real en el mundo virtual.
Pero sí, hasta allí hemos llegado y quizás ese incidente sea apenas un indicio de la influencia -¿positiva o negativa?- de las redes sociales en nuestras vidas.
Como suele ocurrir, las cifras ayudan a entender ciertos fenómenos: el mundo del pajarito azul alcanzó esta semana los 105 millones, con un promedio de 55 millones de tweets y unas 600 millones de peticiones de búsquedas diarias, mientras que el Facebook ya cruza la esquina de los ¡400 millones de usuarios!
Sin duda, cada vez somos más –me incluyo- los mortales que sucumbimos, por diferentes razones e intereses, a ser parte de la llamada web 2.0.
Sobre el uso que unos u otros le dan a estos espacios podrían colgarse no uno, sino miles de post al respecto. Hay quienes los utilizan para buscar amigos, amor, clientes, trabajo, fans y una larga lista que incluye hasta la búsqueda de enemigos, porque con intención o no, hasta eso es posible conseguir en este mar cibernético.
Debo reconocer, cual solemne confesión, que ha sido Twitter –por ahora- la red social que más ha llamado y reclamado mi atención y supongo que debe ser por la utilidad práctica que tiene para los periodistas, constantes consumidores de información.
A diferencia del Facebook, que permite a algunos cibernautas llegar a niveles insospechados de socialización, el Twitter se muestra más como un medio para compartir información útil y hasta necesaria, en apenas 140 caracteres (todo un reto para quienes se nos hace difícil ser breves al escribir).
Es decir, esto del “tuiteo” me parece un excelente ejercicio y a la vez un reto para los periodistas. Un ejercicio, porque el tamaño del espacio para comunicar es determinante y ello nos conmina a decir lo que tengamos que decir en pocas y muy precisas palabras y a aportar el enlace justo que permita soportar nuestro dato, por ejemplo.
Un reto, porque nos coloca frente a frente con una nueva ventana para dar información y a la vez recibirla, sin perder la brújula sobre la responsabilidad de cómo, por qué y para qué lo hacemos, en especial cuando nuestros seguidos y seguidores tienen variedad de fines e intereses.
En cualquier caso, como ser comunicante, me declaro pro-Twitter, celebro la posibilidad de encontrar (como hasta hora) gente interesante a la que leer y de la que aprender, y de poder, en lo posible, ofrecer mi grano de arena con la esperanza de que mi aporte sirva de algo o para alguien.
Sólo espero no llegar al extremo de convertirme en una adicta al tuiteo, porque no quiero “pecar” como el novio de la boda. Y no crean que es fácil, estoy luchando contra eso…
Antes había escuchado historias parecidas, pero nunca sobre alguien que durante un acto considerado como importante en la vida, detuviera el curso de “su” historia para actualizar su estado real en el mundo virtual.
Pero sí, hasta allí hemos llegado y quizás ese incidente sea apenas un indicio de la influencia -¿positiva o negativa?- de las redes sociales en nuestras vidas.
Como suele ocurrir, las cifras ayudan a entender ciertos fenómenos: el mundo del pajarito azul alcanzó esta semana los 105 millones, con un promedio de 55 millones de tweets y unas 600 millones de peticiones de búsquedas diarias, mientras que el Facebook ya cruza la esquina de los ¡400 millones de usuarios!
Sin duda, cada vez somos más –me incluyo- los mortales que sucumbimos, por diferentes razones e intereses, a ser parte de la llamada web 2.0.
Sobre el uso que unos u otros le dan a estos espacios podrían colgarse no uno, sino miles de post al respecto. Hay quienes los utilizan para buscar amigos, amor, clientes, trabajo, fans y una larga lista que incluye hasta la búsqueda de enemigos, porque con intención o no, hasta eso es posible conseguir en este mar cibernético.
Debo reconocer, cual solemne confesión, que ha sido Twitter –por ahora- la red social que más ha llamado y reclamado mi atención y supongo que debe ser por la utilidad práctica que tiene para los periodistas, constantes consumidores de información.
A diferencia del Facebook, que permite a algunos cibernautas llegar a niveles insospechados de socialización, el Twitter se muestra más como un medio para compartir información útil y hasta necesaria, en apenas 140 caracteres (todo un reto para quienes se nos hace difícil ser breves al escribir).
Es decir, esto del “tuiteo” me parece un excelente ejercicio y a la vez un reto para los periodistas. Un ejercicio, porque el tamaño del espacio para comunicar es determinante y ello nos conmina a decir lo que tengamos que decir en pocas y muy precisas palabras y a aportar el enlace justo que permita soportar nuestro dato, por ejemplo.
Un reto, porque nos coloca frente a frente con una nueva ventana para dar información y a la vez recibirla, sin perder la brújula sobre la responsabilidad de cómo, por qué y para qué lo hacemos, en especial cuando nuestros seguidos y seguidores tienen variedad de fines e intereses.
En cualquier caso, como ser comunicante, me declaro pro-Twitter, celebro la posibilidad de encontrar (como hasta hora) gente interesante a la que leer y de la que aprender, y de poder, en lo posible, ofrecer mi grano de arena con la esperanza de que mi aporte sirva de algo o para alguien.
Sólo espero no llegar al extremo de convertirme en una adicta al tuiteo, porque no quiero “pecar” como el novio de la boda. Y no crean que es fácil, estoy luchando contra eso…
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